Siempre cuento en mi neceser y en mi tocador con varias brumas y aguas termales que utilizo en rostro y cuerpo desde hace muchos años. Para refrescar, fijar el maquillaje, hidratar e incluso conseguir beneficios antienvejecimiento. Y es que las brumas dan para mucho y cada vez hay más.
Lo cierto es que cuando se crea un nuevo producto de belleza, si además de sus beneficios cuenta con una bonita historia, todo adquiere un sentido mucho más mágico. Esto ocurre con esta bruma facial que, aunque es de creación relativamente reciente, su esencia nos traslada hasta el siglo XIV, a la era medieval en la bella Hungría.
Es por aquel entonces cuando se creó la Hungary Water, considerada como la primera fragancia registrada de la historia y sobre la cual se asientan miles de leyendas, entre las que destacan especialmente dos: era la fragancia de la reina Isabella de Hungría (aunque las fechas no terminan de encajar) o, aunque realizada en Hungría, puede que fuera diseñada para la reina Isabel de Polonia, consorte del rey Casimiro.
Entre los objetivos de su creación, también hay diferentes versiones: puede que se creara únicamente con la intención de ser un perfume exclusivo para ella, denotando así una mayor diferenciación sobre los demás miembros de la corte; se cree también que pudo surgir como una fragancia que combatía el reumatismo; o, incluso, puede que fuera un remedio para prevenir la famosa peste negra que, por entonces, asolaba Europa.
Fue mucho tiempo después cuando, ya en nuestra época, el matrimonio formado por Stephen y Margaret de Heinrich crea Omorovicza. Esta firma lleva en su alma grabada la historia de Budapest, gracias a sus aguas termales, sus ingredientes de fama milenaria o el propio Spa Racz, legendario espacio de bienestar perteneciente a los Omorovicza, familia directa de Stephen.
Con esa visión al pasado, Omorovicza reformula los beneficios del agua termal para hacerla biodisponible para nuestra piel y crea combinados lujosos que renuevan nuestro rostro a partir de minerales y piedras preciosas como el oro o la plata coloidal y el polvo de diamante. Así nace también Queen of Hungary Mist, una bruma que toma lo mejor del pasado y del presente. En su base está ese agua húngara, el primer perfume que un día llevara una reina, y se combina con la máxima innovación para dar como resultado una bruma que renueva nuestra piel.
Está planteada como una bruma facial refrescante, tonificante e hidratante de efecto instantáneo. Su aroma fundamental es una rica combinación de rosas y azahar.
Lo ideal es pulverizarla sobre el rostro, mañana y noche después de la limpieza, o cuando la piel necesite refrescarse. También la utilizan muchos maquilladores como fijador.
Su fórmula incluye aguas de azahar y rosa que purifican y tonifican. Cuenta también con pectina de manzana, para favorecer una hidratación de larga duración y restaurar la flexibilidad de la piel.
La clave es, además, su Healing Concentrate, patentado por Omorovicza. Una combinación de minerales de las aguas termales formulados mediante Hydro Mineral Transference, un proceso químico que los vuelve biodisponibles para que penetren mejor en la piel y podamos aprovechar mejor sus beneficios.
¿Lo mejor? Sin duda que es apta para todo tipo de pieles, de las más secas a las más grasas y que deja la piel genial. ¿Lo peor?, su precio, que supera los 60 euros, aunque la verdad es que cunde muchísimo y deja la piel jugosa e hidratada. Merece la pena. Además, su aroma es delicioso. Está compuesto por un agradable aroma de neroli y rosa. Sin duda ha sido un verdadero descubrimiento beauty.
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